Allocutio de enero 2014

Bautismo y Espiritualidad legionaria

Uno de los más grandes regalos que Dios ha dado a la Iglesia, a través de Juan Pablo II, fue su enseñanza sobre el Rosario, y específicamente su agregado de los Misterios de Luz en su recitado. Es obvio ahora que es un enorme enriquecimiento del Rosario la meditación de la vida pública de Jesús, porque cada palabra de su predicación y de sus obras está llena de luz y gracia. Debe haber sido difícil decidir qué misterios de Jesús incluir en estos Misterios Luminosos, pero cuesta ver cómo hubiera podido omitirse el Bautismo de Jesús. Aquí el misterio de la Trinidad y la identidad personal de Jesús y su Misión son reveladas explícitamente. Ciertamente, nuestra propia identidad y misión cristianas son también reveladas.

“Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”, dice todo sobre la identidad de Jesús. En este episodio del Evangelio también aprendemos el propósito específico de la Encarnación. Dios se encarna no sólo para estar entre nosotros, cerca de nosotros, y ciertamente para nosotros, sino que se vuelve uno de nosotros incluso aunque somos pecadores y El está absolutamente libre de pecado. El se suma a la larga fila de pecadores para ser bautizado por Juan. Aquí tenemos un perpetuo recordatorio no sólo del infinito amor de Dios por nosotros, sino también de su infinita humildad. Dios nos ama a nosotros pobres pecadores y esa es la razón última de la Encarnación. No extraña que se dijera de Él: “Es amigo de publicanos y pecadores, y come y bebe con ellos”. Así como vivió entre pecadores, así moriría en la Cruz entre ellos.

Ahora bien, el Bautismo de Jesús es un paradigma de nuestro bautismo. En el bautismo nos convertimos realmente en hijos de Dios. En y por Cristo nos vemos inmersos en el misterio de la Trinidad. Nos hacemos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, templos del Espíritu Santo, y María se convierte por la gracia en nuestra Madre, de un modo nuevo y más profundo. Además, participamos de la misión de Cristo, esto es, en la redención de cada uno y del mundo entero. Las últimas palabras que nos dirige el Señor Resucitado resumen su vida entera y lo que nos pide que hagamos: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 18-20).

Veamos ahora cómo la Legión se apropia de esta rica enseñanza de la Iglesia sobre el Bautismo. Comencemos por citar el Manual: “La finalidad de la Legión es ayudar a sus miembros y a todos aquellos que están en contacto con éstos a vivir desarrollando su vocación cristiana para con los demás. Esa vocación tiene su origen en el bautismo. Mediante el bautismo uno se hace otro Cristo. ‘No sólo nos convertimos en otro Cristo, sino que somos el propio Cristo’ (San Agustín)”. Por lo tanto afirmamos que nuestra identidad cristiana es enteramente cristocéntrica a través del bautismo y el propósito de la Legión es ayudar a todo el que contacta a vivir más plenamente su consagración bautismal. Esta enseñanza del Manual refleja de modo muy preciso la enseñanza explícita y frecuentemente repetida de San Luis María de Montfort, a saber, que la práctica de la Verdadera Devoción a María está orientada a capacitarnos para vivir más plena y eficazmente nuestra vocación bautismal.

Antes que nada, recordemos un principio básico en la enseñanza de nuestro gran tutor en la Legión: “Si la devoción a la Santísima Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica” (VD 62). Por supuesto, es imposible para María otra cosa que conducirnos a Nuestro Señor.

Ahora, dejemos a San Luis María de Montfort explicar en sus propias palabras el rol de María en el Sacramento del Bautismo: “La plenitud de nuestra perfección consiste en asemejarnos, vivir unidos y consagrados a Jesucristo. Por consiguiente, la más perfecta de todas las devociones es, sin duda alguna, la que nos asemeja, une y consagra más perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, María es la creatura más semejante a Jesucristo. Por consiguiente, la devoción que mejor nos consagra y hace semejantes a Nuestro Señor es la devoción a su santísima Madre. Y cuanto más te consagres a María, tanto más te unirás a Jesucristo.

La perfecta consagración a Jesucristo es, por lo mismo, una perfecta y total consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Esta es la devoción que yo enseño, y que consiste -en otras palabras- en una perfecta renovación de los votos y promesas bautismales” (VD 120). Esta enseñanza de San Luis de Montfort es la base de la afirmación del Manual de que el propósito de la Legión es habilitar a sus miembros y a todos con los que entren en contacto a vivir más plenamente las múltiples gracias de su Bautismo. No podemos entender apropiadamente la Verdadera Devoción a María según Montfort, o la espiritualidad de la Legión sin una profunda referencia a nuestra vocación bautismal. En décadas recientes hemos recobrado en cierta medida nuestra conciencia de la presencia y el rol de la Virgen en el Sacramento de la Eucaristía. Ahora la invocamos como la Mujer del Sacramento de la Eucaristía. Sería una fuente de grandes gracias si pudiéramos recobrar nuestra conciencia del rol de María en nuestro Bautismo como una de las más efectivas ayudas para vivir nuestros votos y promesas bautismales.

Permítanme concluir con unas palabras del Beato Juan Pablo II, citadas en el Manual: “La espiritualidad mariana, así como su correspondiente devoción, encuentran una fuente muy rica en la experiencia histórica del individuo y de las diversas comunidades cristianas presentes entre los diferentes pueblos y naciones del mundo. A este respecto, me gustaría llamar la atención, entre los muchos testigos y maestros de esta espiritualidad, sobre la figura de San Luis María Grignion de Montfort, quien propone la consagración a Cristo a través de las manos de María como un medio eficaz para los cristianos de cumplir fielmente con sus compromisos bautismales (RMat, 48)”.